Me dieron una habitación piojosa, sin nada que ver por la ventana excepto la otra parte del hotel. Tampoco me importaba mucho. Estaba demasiado deprimido como para preocuparme de si tenía o no una buena vista. El botones que me condujo hasta la habitación era un tío muy viejo, de unos sesenta y cinco años. Era aún más deprimente que la habitación. Era uno de esos tipos calvos que, al peinarse, se estiran los pelos por encima para cubrirse la calva. Preferiría ser calvo antes que hacer eso. Y también, menudo trabajo para un tío de sesenta y cinco años. Llevar las maletas de la gente y esperar propinas. Supongo que no sería muy inteligente, pero de todas formas era terrible.
Cuando se marchó, me asomé un rato a la ventana sin quitarme el abrigo ni nada. No tenía otra cosa que hacer. Les sorprendería saber lo que pasaba en la otra parte del hotel. Ni siquiera se preocupaban de echar las persianas. Vi a un tipo de pelo canoso, un tipo de aspecto distinguido que sólo llevaba puestos los calzoncillos, haciendo algo que, si les contara, no se lo creerían. Primero dejó su maleta sobre la cama. Luego, empezó a sacar vestidos de mujer y a ponérselos.
Auténticos vestidos de mujer: medias de seda, zapatos de tacón alto, sujetador y uno de esos corsés con las cintas colgando y todo. Luego se puso un vestido de noche negro muy ajustado. Se lo juro. Luego empezó a caminar de un lado a otro de la habitación, dando unos pasitos muy cortos como hacen las mujeres, fumando un cigarrillo y mirándose en el espejo. Y estaba solo. A no ser que hubiera alguien en el baño, porque hasta ahí no alcanzaba a ver. Luego, en la ventana prácticamente a la derecha de la suya, vi a un hombre y una mujer echándose el uno al otro agua con la boca. Seguramente era whisky, no agua, pero no alcanzaba a ver qué tenían en los vasos. El caso es que primero tomaba él un trago y se lo echaba a ella encima, y luego ella se lo hacía a él. Joder, hasta lo hacían por turnos. Tendrían que haberles visto, partiéndose el culo todo el rato como si fuese lo más divertido del mundo. En serio, ese hotel estaba hasta arriba de pervertidos. Seguramente, de todos los cabrones que había en ese lugar, yo era el único normal… lo cual tampoco es decir mucho. Estuve a punto de mandarle un telegrama al bueno de Stradlater diciéndole que tomara el primer tren a Nueva York. Habría sido el rey del hotel.
El problema es que, aunque no quieras, toda esa basura resulta fascinante. Por ejemplo, la chica a la que le estaban escupiendo agua por toda la cara era bastante guapa. O sea, ése es mi gran problema. Por dentro soy seguramente el mayor maníaco sexual que se haya visto. A veces se me ocurren cosas muy retorcidas que no me importaría hacer si se presentase la oportunidad. Incluso imagino que —en plan retorcido— podría resultar bastante divertido, si los dos estuviéramos borrachos y tal, coger a una chica y escupirnos agua o algo así a la cara el uno al otro. Lo que pasa es que, aun así, la idea no me gusta. Es repugnante, si lo piensan. Creo que si no te gusta realmente una chica, no deberías tontear con ella para nada, y que si de verdad te gusta, entonces también habría de gustarte su cara, y si te gusta su cara, tendrías que cuidarte de hacerle cosas retorcidas, como escupirle agua por encima. Es un asco que tantas cosas retorcidas resulten a veces tan divertidas.
Y tampoco es que ayuden mucho las chicas cuando intentas no ponerte en plan demasiado retorcido, cuando intentas no echar a perder algo que va bien. Conocí hace un par de años a una chica que era aún más retorcida que yo. ¡Ostras, no era retorcida ni nada! De todas formas, durante algún tiempo nos divertimos bastante, en plan retorcido. El sexo es algo que no acabo de entender. Nunca sabes en qué posición estás. No hago más que marcarme normas sexuales que enseguida estoy rompiendo. El año pasado me puse como norma el que iba a dejar de tontear con chicas que, en el fondo, me pareciesen un coñazo. Sin embargo, la rompí la misma semana en que la hice… de hecho, la misma noche. Me pasé toda la noche liado con una tía de lo más fantasma que se llamaba Ann Louise Sherman. El sexo es algo que no entiendo, lo juro.