Me gusta beber

Me gusta beber“… una frase lógica e inteligente, pero que a día de hoy, por desgracia, cada vez es más raro oír y mucho más difícil aún pronunciarla sin que te miren raro. Y es que por todas partes campan a sus anchas los enemigos de Baco. Apóstoles autoproclamados de su verdad suprema, que han decidido amargarnos uno de los más nobles placeres: el beber. Médicos de medio pelo, politicastros arrogantes y liberticidas, abstemios amargados, talibanes religiosos y profanos…a lo largo de la historia, cientos de actividades y productos han sido declarados por estos gurús en algunas ocasiones como bálsamos de Fierabrás, pero en las más anatemizados como fuente primigenia del Mal: el sexo, el café, el té, la carne de cerdo, la ciencia, la música, el tabaco…y cómo no, el alcohol.

Por suerte, aún quedamos espírutus libres. Gente a la que nos importa una comino lo que digan estas autoridades, y que clamamos que nos gusta beber y además predicamos con el ejemplo. ¿Por qué? Porque nos sabe bien, porque nos divierte y porque conocemos la influencia bienhechora del alcohol.
Pues sí, el alcohol es uno de los factores claves en el desarrollo de la Humanidad. No hace falta más que observar el diferente desarrollo de las diferentes culturas y civilizaciones para darse de cuenta de su enorme influjo. ¿Acaso sorprende que la cultura grecolatina y/o judeocristiana sea la más poderosa, causalmente con religiones que no sólo no han proscrito la bebida, sino que la han abrazado como parte de su imaginario y liturgia? ¿A quién le extraña que los países árabes más prósperos y pacíficos sean precisamente aquellos donde predominan ramas del islam no legalistas, donde se puede beber libremente por las calles? ¿Y por qué precisamente las taifas de Al-Andalus, donde califas, hetairas y poetas se emborrachaban, son consideradas como la cumbre de la civilización musulmana?

No hace falta más que fijarse en China, país antaño tan poderoso en la época de las dinastías, pero que entró en palpable decadencia cuando los licores fueron sustituidos por infusiones calientes. Sí, amigos… alcohol y civilización van a menudo de la mano.
Todos conocemos, en el plano físico, las bondades del regular consumo de bebidas alcóholicas. El vino es un excelente bactericida, los destilados una estupenda medicina que vigoriza el espíritu, amén de la mente. En los países caribeños no es raro ver a centenarias mulatas que disfrutan diariamente de potentes rones, por no hablar de especiados habanos.
Y tampoco es causalidad que epidemias como la peste se cebaran con especial virulencia en aquellas zonas y países que no acostumbraban a codearse con Baco. Ya lo decía Woody Allen…”No quiero ser el más sano del cementerio“.
Intelectualmente, son de sobra sabidos los beneficios de empinar el codo: estimula la imaginación y el sentido de lo bello. Muchos de los grandes del Arte han sido al tiempo grandes bebedores: desde Hafis a Hemingway, pasando por Goethe; desde Epicurio hasta Kafka o Vian, pasando por Baudelaire y Poe. Que nadie se sorprenda cuando el gran alemán Schiller, precisamente en su Oda a la Alegría, cantó:

La alegría borbotea en los cálices,
en la roja sangre de la vid,
beben calma los caníbales,
y heroísmo la desesperación.
Hermanos, despegad de vuestros asientos,
cuando circula el rechoncho romano (Baco)
dejad que la espuma salpique al cielo,
esta copa al buen Espíritu.

No extrañe a nadie que fuese Beethoven, otro borrachín, el que puso la música a esa gran cosmogonía universal del Amor y la Concordia. Porque la bebida es paz y conciliación, alegría y amistad. En torno a la botella se fraguan amigos que duran una vida o al menos pasan noches unidas las personas más dispares.
El genio de Bonn seguro que se revolvería en su tumba de saber que ha sido justamente la Novena la pieza suya convertida en himno de la Unión Europea. Qué vergonzante paradoja, salen pues de ese nido de politicastros gran parte de las directivas y regulaciones que poco a poco nos van robando la libertad de beber. Sí amigos, el tabaco ya está en búsqueda y captura y cada vez falta menos para que vengan a por el alcohol. Por lo pronto, el ente estatal nos expolia nuestra propiedad mediante brutales impuestos cada vez que tenemos la osadía de emborracharnos.
¿Quiénes son aquellos que no sólo no beben, sino que pretenden perseguir a los que difrutamos con ello? Son esos que prefieren sacrificarse como esclavos para una prebenda, ya se la prometa un líder religioso, en forma de paraíso, o un político, como pensión a sueldo del Estado.
No os extrañe que enemigos de la libertad y del individuo, como Hitler o Stalin, hayan sido recalcitrantes abstemios.
Yo prefiero hacerme mi paraíso yo mismo y sobre la tierra.
Bebo porque me gusta, bebo porque me sabe.

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