La moda, como el pop, sólo es una broma. “Una broma importante”, matizaría Springsteen. Pero si todos conocen al Boss pocos, la verdad, conocen a Marc Jacobs. Una cosa es trascendencia; otra importancia. Todo en su justa medida: Un tema de conversación antes que uno de discusión, pero también un objeto de estudio por encima de una frivolidad. Ay, la moda. La de esfuerzos gastados en seguirla y las pocas ganas invertidas en conocerla…
1. El primer perfume
La forma de llevar un Armani sin pagar el precio (ni económico, ni de riesgo, a veces) de un Armani. La moda democratizada de verdad, la gallina de los huevos de oro de los modistos venidos a menos. El primer perfume de diseñador no fue el Nº5. Fue muchas cosas, pero no el primero. 10 años antes que Chanel y 15 antes del My Sin de Lanvin, Paul Poiret ideó en 1911 Rosine, frangancia visionaria. Como un Prometeo desencadenado, Poiret entendía su trabajo de forma global: Diseñar una vida entera, no un traje. Poiret fue como Elvis, existió antes que los Beatles; acabó con el corsé antes que Dior, redefinió el negocio. El perfume, nombrado como su hija (le creó una empresa propia incluso, que aguantó hasta el crack), destrozó el monopolio de los perfumistas franceses. Y creó a un monstruo: Thierry Mugler ya sólo existe como marca de colonias. Cosas del mercado.
2. El regreso de la bestia
Y Coco, rica y con un cigarro en la comisura de los labios, se sentó en su sofá a ver como los soldados alemanes hacían cola para comprar su químico y marciano Nº5. Estaba de vuelta de todo y cerró su casa en 1939. Guardaba un silencio despreciativo detrás de su puerta. Era Chanel. Pero con más de 70 años, en 1954, decidió que no todo estaba hecho y, sin necesitarlo, presentó una nueva colección. En un día, hizo más por su dogma que en toda su carrera: El bolso acolchado a modo de bandolera, el zapato salón bicolor, el traje masculino con ribete, la blusa a juego. También la doble C en los botones, los collares de oro, la coleta. Hagan la cuenta; la mayor colección de básicos imperecederos jamás creada. Y todo por no conformarse, vaya.
3. Las maisons muertas
No es cierto que Gucci siempre haya sido la Gucci que conoces. La casa de marroquinería no siempre vendióprét-â-porter en Saint Honoré. Y Lanvin murió y resucitó también; y Balenciaga. En tiempos en los que las firmas forman parte de grandes imperios del lujo, su repercusión o no depende del mercado y de algunos hombres buenos. Tom Ford o Alber Elbaz, por ejemplo. Decarnin lo ha conseguido recientemente con Balmain, antigua maison de los años 50 que utilizó el new look para su provecho y luego desapareció. Con un discurso distinto, ha hipnotizado a todos. Por su culpa, vestirás este invierno como en los ochenta. Como Michael Jackson. Se preparan otros (re)regresos de campanillas: Ya hay colección crucero de Vionnet (palabras mayores para su responsable ahora, Rodolfo Paglialunga, que será juzgado por la osadía; o no) y Elsa Schiaparelli, propiedad de Diego della Valle, espera agazapada tiempos mejores, con Olivier Theyskens en la recámara. Pierre Cardin, quizás, pueda ser el siguiente pasto de ricos con tiempo libre.
4. El otro español
Cristóbal Balenciaga es el gran diseñador español; por encima de otros muchos y por encima de las escasas menciones y homenajes desde su propia tierra. Pero antes que él otro nombre la lió lo suficiente como para aparecer, aun escondido, en los manuales. Mariano Fortuny nació en Granada en 1871 y prontó se marchó a Venecia para hacer lo que le vino en gana: Pintura, escultura, decorados para teatro… y prendas textiles. Ideó un vestido tubo al que llamó Delphos y, sin quererlo, sentó las bases de la arquitectura de la moda del XIX. Una túnica que portarían Isadora Duncan, Eleanora Duse o Cléo de Mérode y que, según el periodista Françoise Baudot, sobrepasa cualquier barrera. “Hablar de moda, refiriéndose a obras nacidas de un pensamiento en el que el simbolismo, la memoria, la visión idealizada del porvenir se unen al sentido plástico, parece realmente irrisorio”. Más tarde Miguel Adrover, otro español desconocido y esquivo, tomaría el relevo de los dos grandes. Bueno, añadan a Manolo Blahnik, venga.
5. El ingeniero y el ciclista
La moda es tan ambigua y extraña que no parece la vocación de nadie. Quizás de alguna escaparatista loca, pero lo cierto es que su carácter de negocio (no, probablemente no sea arte, Baudot al margen) la convierte en punto de encuentro inverosímil. Courrèges, por ejemplo, era Ingeniero de Caminos. Su visión del mundo estaba por encima de las posibilidades de su materia y así creó a la mujer mutante; co-inventó la minifalda junto a Quant y la calle; realizó una colección totalmente blanca; indagó en el futurismo. O retrofuturismo: Creyó vivir en el 2000 treinta años antes y quedó obsoleto muy pronto. Pero ahí queda, para la historia. Tampoco Paul Smith se levantó con la aguja en la mano. Ciclista de profesión, una lesión le obligó a buscarse la vida en otros campos. Y eligió la ropa para imprimir sus rayas de colores. Le fue bien, claro. La belleza es algo que todos buscan, matemáticos y bohemios borrachos. La moda, aunque sólo sea porque siempre intenta rodearse de ella, es un buen camino.