En Let’s get lost, Chet Baker lamenta que el público de sus conciertos no es como debería. Hablan más de la cuenta, hacen ruido. John Lurie (Minneapolis, 1952) opina igual: «En un concierto no deberían permitir vender copas siquiera». Aunque no sentencia porque prefiere afirmar con matices. Un tipo elegante como él, de tupé que existió en blanco y negro y saxo cromado, no se queja. No da órdenes ni consejos porque la vida da demasiadas vueltas. Un día exiges y al siguiente estás perdido en la nada. «Llevo dos años escondiéndome de todo el mundo, y ya ves, aquí estoy, en Albacete».
El actor, músico y pintor estuvo hace unos meses en el Festival Abycine de Albacete para dar unamasterclass, en la que habló «de música, de mucho jazz, de mis trabajos en el cine, de mi participación enDown by law de Jim Jarmusch… y de cómo cada vez esmás difícil encontrar cine independiente que me interese». Y, de paso, para hacer algo de terapia con ArterEgo.
-¿Dónde ha estado escondido todos estos años?
-Es una historia muy rocambolesca pero al mismo tiempo bastante dramática y complicada. Tengo un acosador, la gente cuando lo digo piensa que es una broma o que ando rayado… pero no, es cierto. Un acosador muy peligroso. Era un buen amigo mío, al que estuve ayudando mucho. Una persona muy inestable, que un día se volvió contra mí, y es cuando descubrí que tenía un historial importante de acosos. Llevo ahora dos años escondiéndome de esta persona.
La vida de Lurie es la que esperas de alguien que declara escuchar voces cuando se mete en la cama. Fundó los Lounge Lizards, compartió noches con Tom Waits, y cree sufrir una extraña enfermedad similar a la malaria. «Del 2002 al 2008 caí seriamente enfermo, una enfermedad que me provoca unos dolores inaguantables y unos cambios de humor importantes. Ahora ya me encuentro un poco mejor, pero por entonces no podía escuchar música, y menos tocarla. La verdad es que no me gusta hablar mucho de ese tema, pero tengo que decir que la pintura me ha ayudado mucho a sobrellevarla, y a seguir realizando actividades creativas».
Acaba de publicar un libro de dibujos, A fine example of art (PowerHouse, 2010), y explosiona en colores porque su cuerpo no da para más. Se reconoce influenciado por Klimt o por los envoltorios de colores de los caramelos. Todo empieza por el color y, a partir de ahí, va creando historias, a modo de microrrelatos, con títulos imposibles como Feliz como un pene. Los nombres los pone a impulsos. Todo lo hace a impulsos: «Pinto durante semanas seguidas. Luego paro».
Su extraña historia se contó en un artículo de la revista The New Yorker, bajo el título Sleeping with weapons. Un texto que terminó de rematarle en su espiral autodestructiva. «El artículo se ha burlado de un problema muy serio. Se pusieron en contacto conmigo, y con muchos amigos míos, pero luego desvirtuaron la historia y al final quedo como un trastornado, huyendo de un acosador imaginario… y no es así, es muy real y peligroso. Escribí pidiendo que lo rectificasen, por supuesto esas aclaraciones sólo las publicaron en el blog de la revista. No querían que les estropease una buena historia».
-Y si los amigos te persiguen y los periodistas que antes te encumbraron a mito de culto te traicionan, ¿qué queda?
-Internet, claro. No me ha quedado otra. Es más contacté con la gente del festival (Abycine) a través de mi página de Facebook. La uso, pero por temor al acosador, no suelo incluir indicaciones personales. Ni dónde estoy viviendo, ni lo que hago en el día a día por si le da pistas a esa persona peligrosa. Muestro mis pinturas, mis discos, los descubrimientos que hago en el tema de cine, jazz, y demás. Las redes sociales me han servido para seguir en contacto con amigos».
También para devolverle cierta esperanza por recuperar su carrera como músico. Al hablarle de su saxo, Lurie comienza a moverse nervioso y se permite incluso una broma («Me alegro de no tocar más… no, eso es mentira») y cuenta que planea un retorno. Más o menos. «Cuando veo el saxo en casa, guardado en un armario, me resulta muy doloroso. Es una historia triste. Claro que me gustaría volver a tocar, pero esta enfermedad no me da tregua. Eso sí, de momento he empezado a repararlo. Y eso ya es un paso».
Adiós pues a la vida de excesos con sus compinches Willem Dafoe, Matt Dilon o Dennis Hopper. «De vez en cuando recuperamos el contacto aunque hemos cambiado mucho. Ahora se han hecho todos muy profesionales». Lurie cambia el sweet vermouth por una botella de agua fría y unos caramelos mientras se recuesta sobre un banco en un parque. Mira al cielo, baja la mirada y resopla. «Nos hacemos mayores», dice. Unos más que otros.