Elogio del exceso

El jazz fue siempre la música del exceso

Escribimos los años 40 y 50. Revolución, meollo y fin del bebop y su hijo el hard-bop. Luego llegaría el cooly el jazz modal. El jazz se vuelve más bello, pero ya no sería el jazz del exceso. No, no, dejemos los cincuenta. Volvamos a esa época intensa. Charlie ParkerSonny Rollins. El Miles de antes del Birth of the coolJohn Coltrane.

El jazz no era, como ahora, música burguesa. El jazz se cocinaba en el infiernillo de los hipsters (el granLester Young era su jefe espiritual), de un sórdido mundo negro que se juntaba con una bohème blanca. El jazz era la música del jaco, de las putas, de la bancarrota, de las grandes melopeas de whiskey de centeno bajo el volcán. Charlie. Rollins. Miles. Coltrane. Los cuatro sucumbieron a la droga, a la vida de tugurio. Todos renacieron, se enderezaron, salvo Parker, el más excesivo en vida y música, que vivió demasiado rápido en el carril equivocado y pagó su genio con la muerte. Ese exceso vital tiene su correlato en el discurso musical del bebop y el hard-bop.

El bebop fue una manera de hacer jazz que rompió con el pasado. Aceleró la música hasta lo imposible. Rompió las estructuras rítmicas. El saxofón de los grandes genios -de Parker, de Coltrane, de Rollins – se encabrita, culebrea, se revuelve nerviosísimo. La batería es frenética. Se consolida la improvisación: el jazz abandona el tono ligero y bailable, propio de las antiguas grandes formaciones.

Ahora los grupos son pequeños, reunidos de la noche a la mañana; tríos, como mucho, cuartetos. El músico deja de ser asalariado y se torna en artista. Y el jazz deviene, insisto, improvisación: el jazz es libertad, es caleidoscopio, es amalgama salvaje de elementos (saxo, piano, batería, bajo) que interactúan en una mágica probeta. Probeta que arroja humos, humos iridescentes, de efectos ópticos e hipnóticos.

Eso fue la revolución del bebop

Tomemos, verbi gratia, dos de mis temas favoritos de Rollins y Coltrane: Strode rode, de Saxophone colossusCousin Mary, de ese otro disco referencial que es Giant Steps – grabaciones ambas muy tardías, de finales de los cincuenta, pero que todavía recogen acá y acullá geniales muestras postreras de bebop. La música parece una espiral (Spiral se llama, precisamente, uno de los temas de Giant steps de Coltrane), un helter skelter, espiral como la vida de los grandes jazzmen, ebria de drogas, de alcohol, de dinero derrochado; una vida trashumante de garito en garito y de actuación en actuación, tocada por minorías excluidas y sin ningún prestigio social.

Un jazz excesivo, desagradable para muchos oídos imberbes, agotador en ocasiones, henchido de muchas cosas y, de entre esas, henchido de una extraña belleza.

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