Entre la mítica escena de Esplendor en la hierba en la que Natalie Wood desquiciaba en la bañera ante la mirada atónita de su madre y la reciente portada de la revista Love con Kate Moss besando a la modelo transexual Lea T hay una abismo: 50 años, dos generaciones, y los aceptables resultados de la lucha constante de romper con lo establecido, el establishment y las convenciones arraigadas en los acervos populares más anquilosados.
Se trata de una cruzada emprendida por mesías de todo el mundo contra la doble moral, el querer y no poder, y los modelos estándar que las corrientes masivas han impuesto como ‘normales’ a lo largo de los años. Natalie Wood interpretó en la cinta de 1961 a una joven incomprendida que, deseando a su novio (Warren Beatty), debe reprimir sus instintos para mantenerse como una niña decente. Tal violento autocontrol desata su locura. En 2011 esa restricción impuesta por terceros se desvanece gracias a valientes que propagan una nueva e intimista visión de la estética, ya sea en forma de beso o de cuerpo desnudo, y lo llevan a sus portadas, fotografías, colecciones de moda y demás manifestaciones artísticas, domando a las fieras y reivindicando una locura que se vuelve arte.
El ingenio siempre ha bebido de la demencia. Un combinado adictivo y eficaz. Los grandes artífices e impulsores de nuestra cultura, en su día contracultura, estaban locos. Las vanguardias surrealistas de principios del siglo veinte que acogen a autores como Kafka son una muestra de ello: la realidad pasa por un control de alcoholemia y sólo aprueban los que dan positivo. Se liberan los encorsetamientos y se abre paso a dimensiones abstractas y etéreas, donde lo cotidiano se desautomatiza y se vuelve inspirador. Julio Cortázar hacía que su personaje en Carta a una señorita en París (1963) vomitara conejos blancos, y era del todo normal. Más adelante en el tiempo, un cuento de niños que baila entre lo grotesco y lo cómico es el reflejo de toda la filmografía de Tim Burton, el cineasta contemporáneo que se basa en el surrealismo y lo aplica como modo de vida. Así, la locura se tiñe de vanguardia y protagoniza cambios sociales, una ruptura traidora con la misma historia que la ha creado.
En la actualidad, esta enajenación se adopta y oculta no sólo en el arte, sino en las personalidades a priori más rígidas y sensatas. Esto pese a que la rapidez y fugacidad de los días no posibilita profundizar, rascar y ganar un descubrimiento: la insensatez que muchos llevan dentro pero pocos reconocen. Esa expresión distinta que se anula a favor de los pensamientos generalmente aceptados, ‘espiral del silencio’, como llaman los estudiosos. Pero siempre hubo y habrá outsiders que toman el mando de lo no establecido y se lanzan a darle voz. Y no siempre son desgarbados, enfadados y ensimismados, son esos bon vivants que bajo su enigmática pajarita esconden los desencuentros más dolorosos con la vida, y en el momento que tienen un arma, juegan al doble filo: el del proyecto intimista avalado con una firma ya reconocida que, tras años de prostitución con el negocio y comercio, pueden desatar sus caprichos y locuras. Así, el fotógrafo Steven Meisel firma la nueva campaña de Lanvin para esta primavera-verano en la que las modelos Kinga Rajzak e Iselin Steiro representan una pelea, esa pugna personal en la que el humano da la espalda al autocontrol y se somete a sus impulsos e ira. O el caso de Terry Richarson, que recibió la llamada de la naciente revista Candy, primera publicación de moda dedicada a la androginia y la transexualidad, para fotografiar al actor James Franco travestido en la que sería la portada del segundo número de la revista. Ninguno de los actores de esta historia de histrionismo campy reivindicación dudó en aceptar la propuesta. Pero esto sólo lo pueden hacer Meisel, Richardson y una estrecha horda de locos afortunados.
En la superestructura de la industria, en concreto de la moda y la cultura, hay un rincón para lo desatado e insolente. Ir a contracorriente puede presentarse como una gran oportunidad para aquellos trajeados capaces de anticiparse de forma visionaria a los tiempos venideros. La contracultura que dibujaron los precusores del destape, el movimiento hippie, rock o grounge hoy supone un filón en campos comerciales como la moda, la música o el cine, además del merchandising, claro. Se recuperan locos pasados como Charles Chaplin, John Lennon o Veronika Voss, el lunático personaje que inventó Fassbinder en 1982 (La ansiedad de Veronika Voss). Pero, además, surgen locos moderados de corta vida pero gran legado como Alexander McQueen, y otros como Tom Ford, quien se burla de la Sociedad de la Información huyendo de lo mediático y apostando por la tendencia secretista en la íntima presentación de su última colección. Una forma de desequilibrio inteligente la de Ford que, finalmente, ha logrado los beneficios deseados en materia económica gracias a la expectación que ha causado entre una opinión pública acostumbrada a ver y conocer en directo. Este público compuesto por los que no forman parte del teatro, aquellos que están en el palco o el gallinero, disfruta viendo a esos dementes desatados que hacen lo que el resto no se atreve ni a imaginar. Así se explica el éxito de Lady Gaga, que no sería igual sin las atrocidades de su estilista, Nicola Formichetti, ahora director creativo de Thierry Mugler, que la viste con trozos de ternera, cigarrillos y muñecos. En esta era de globalización, pérdida de identidad y talla única se lleva la locura, como un vestido bonito, exclusivo y revelador, de los de ‘aparten y dejen pasar’.