Biolay se bebe la soberbia

Decandencia

“No fui yo quien te perdió a ti”, debería cantar Benjamin Biolay si esa letra existiera realmente. Porque aunque su último disco (doble) nace de las cenizas de su relación con Chiara Mastroianni (búsquenla,espléndida, en las campañas de APC de primavera y verano), es un ejemplo magnífico de soberbia bien entendida. Si el talento se pone delante, sólo toca sentarse a admirar. Y tragar lágrimas por no haber sido tú o no haber estado junto a él.

Puede que su disco sea un Robert Smith en toda regla; el cantante de The Cure reconoció trasDisintegration que él compone mejor sobre la tristeza cuando está feliz porque así se tiene la cabeza (enmarañada) mucho más fría. Quién sabe si el desamor -más interesante que las cenas y los cines cuando todo va bien, sin duda- de Biolay no ha sido el empujón perfecto hacia su grandeza luminosa.

Biolay no sólo canta mejor en directo que en sus grabaciones, sino que es perfectamente comprensible que un tipo así se joda a Carla Bruni cuando le apetezca. En Murcia, una de sus paradas de su reciente gira española, lució impecable de negro espigado; con todo lo bueno de la nouvelle chanson y el flequillo por detrás de las orejas mientras cogía la segunda copa de vino a lo Gainsbourg. Llama la atención verle entrar al escenario desde un lateral mientras su banda comienza a hacer sonar los primeros acordes dePour écrire un seul vers.

Una banda impecable de seis músicos que tocan de todo, con un bateria que tiene una baqueta con eslabones de cadena en la punta y una chica con arpa (Audrey Blanchet) que canta y toca el cello si es necesario. Músicos del mundo, pongan una joven con arpa y botas de cuero hasta las rodillas en sus giras. Por favor. Le apoyó compartiendo versos en el cierre Brandt Rhapsody y lució solvencia durante las más de dos horas anteriores.

Soberbia

Biolay intentó animar al público en un concierto a medio camino entre el éxtasis saltarín y la devoción de cámara, la que obliga al respetable a mantenerse en su asiento. Con arsenal tremendo: Cerfs volantsA L’OrigineQu’est que ça peut faire, o, incluso, el Jardin d’hiver que compuso para Henri Salvador (respeto). Aunque el grueso de la selección salía de La SuperbePadamL’espoir fait vivreTout ça me tourmente,Prenons le large

Por encima de todas, quizás, Ton heritage, canción para su niño, y la larga La Superbe, que sonó espléndida y grandilocuente (a pesar de las cuerdas pregrabadas y un extraño acople de sonido); una sólo al piano, otra con toda la dinamita en los altavoces. Salió dos veces a saludar cuando ni siquiera debería; él es grande, reconocido. Pero necesita el aplauso. Serán cosas de la decadencia.

Porque el principio de la debilidad siempre es reconocerla. Y Biolay no duda en decir que sigue queriendo a su chica. Que no ha olvidado, que las noches no callan. Y se viste de media etiqueta para cantarle que ha sido un no, pero casi. Que sólo faltó que uno de los dos también amara. Con la cabeza alta, volviendo a por más burdeos a backstage; pero dolido. La decadencia es una canción en francés. Y una tentación. Ya lo decía Santo Tomás, todos nos sentimos extrañamente atraídos hacia el fracaso.

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