Fovismo y patraña. Un grito en la pared
“Un buen cartel debe ser como un grito en la pared”.
Lo firma Josep Renau, muralista y agitador. Un puñetazo en el estomago, nos dictaban en la facultad. La vida a 24 fotogramas por segundo. 15 minutos de fama. Tienes 20 segundos para seducir, que es vender. Que debe ser es vivir.
La mirada de Henri Matisse germinó en la escuela de Bellas Artes de París, bajo la influencia de Moreau, padre del simbolismo. Escuchaba los trazos de Paul Gauguin, Paul Cézanne y Vincent van Gogh, clérigos del impresionismo. Y esperaba.
El impresionismo, como el grito en la pared, buscaba la pura ‘impresión‘ óptica. Mediante el uso de la luz y el tratamiento del color trataba de plasmar en el lienzo, desde la más absoluta libertad formal, el ahora. La piel y las entrañas, el frío o el calor. Sin más.
¿Acaso hay más?
En 1904 expone ‘Lujo, calma y voluptuosidad‘ en el Salón de los Independientes del Salón de otoño de 1905. Estalla el escándalo fauve. Animales, fieras arañando la espalda del libro de historia del arte, ese que estudiaban en Rue Bonaparte, 14. “Un tarro de pintura tirado a la cara del público” escribirán de Henri Émile.
Bien, lo has conseguido.
¿Y ahora?
Ideas. Emoción. Verdad
La exposición de museo Thyssen-Bornemisza recoge la segunda etapa del pintor, el periodo que se extiende desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta 1941.
Una vez abandonadas las galeras del fovismo, Matisse abandona París y se refugia en Niza, tras una ventana.
Abandonó la búsqueda y la experimentación. Abandonó los colores planos y la ‘impresión‘, el ornamento y el grito en la pared.
Abandonó todo lo que se supone que era hasta que sólo quedara una cosa. Él mismo.
Renunciando a los grandes formatos y los colores planos de su primer periodo, el de las grandes composiciones “decorativas”, como las llamaba él mismo, trató de establecer una relación más próxima con la mirada del espectador, adentrándose en lo que llamaba “pintura de intimidad”. Para ello creyó necesario volver a introducir en sus cuadros las sensaciones de volumen y espacio que había abandonado en el periodo anterior, aunque valiéndose sólo del color y de la forma y evitando el claroscuro y la perspectiva tradicional.
Comenzó la búsqueda de ”un arte puro y apacible”. La búsqueda de la emoción.
En Nueva York, en el 291 de la Quinta Avenida, Stieglitz espiaba el mundo tras haluros de plata. Duchampurdía el gran farol y levantaba la falda a la historia. Todas las faldas.
El resto del mundo intuía la gran mentira.
En Niza, Matisse miraba por la ventana.
No murió el arte moderno, se redimió.