Vivimos en un mundo de contrastes
¿Quién no ha oído alguna vez esta burda expresión? A mi me causa un profundo sentimiento de asco. He estado pensando en la conveniencia de crear un organismo mundial de control para la utilización de expresiones tópicas, vacías y desorientadas. Este ente deberá velar por la mínima utilización de topicazos y trivialidades varias, expidiendo un permiso temporal para el uso de las mismas. Como las licencias de armas de fuego. El tal organismo, pues, se cuidaría de no promover un uso abusivo y sin criterio de tales términos.
Porque ¿qué diantres es un “mundo de contrastes”? Yo se lo diré: no es más que un torpe pleonasmo. El “contraste” no es más que el recurso del hipnotizador, un conejo en la chistera. En otras palabras: el contraste es una coartada que nunca debió salir de su pequeño coto, de su ámbito técnico. Luz, colores, irradiación… esas son las cosas que tienen contraste, no el mundo. El mundo tiene coartadas, excusas, accidentes y premeditaciones con alevosía.
Pero supongamos que contraste es sinónimo de todas ellas, que tan sólo es una forma de ahorro lingüístico y pereza mental. Entonces, sólo entonces, con las cosas claras de antemano, es cuando el libroLa economía no existe, de Antonio Baños Boncompain, cobra verdadero sentido como exponente diáfano del mundo y sus, disculpen la reiteración, contrastes.
La economía no existe no es un libro de economía, todo lo contrario. Se trata de un libro estupendo. Una disección pormenorizada de esas pequeñas discordancias del mundo. De sus porqués, sus cuándos y sus cómos. Pero cuando se habla de un libro, suele ser cosa de buen gusto poner un extracto del mismo. Helo aquí:
“Es probable que al leer el título que luce en la cubierta más de uno haya torcido el gesto, chascado la lengua y negado con la cabeza: ¿cómo no va a existir la economía, si estamos todos fastidiados por la crisis? Pues precisamente por eso. Bajo el yugo de la econocracia, la vida se ha reducido a cifras y modelos que los economistas aplican sin piedad, y metiendo la pata con asombrosa frecuencia. Al igual que los escolásticos en su momento, los econócratas practican una forma de onanismo mental”.
Pero no quiero llevarles a engaños. Es muy probable que a muchos de ustedes, a priori, este libro les huela a eructo antiglobalización, a pataleta burguesa con rastas. Y tal vez tengan parte de razón; pero sólo parte. Si lo googlean es probable que salga vinculado a movimientos de esa cuerda: ecologismos, solidarismos varios, movimientos antisistémicos y etcétera. Así pues, es lógico que se reafirmen en su apriorístico desprecio. Pero, en justicia, cabe decir que tampoco se trata de un libro, sino más bien un pasquín, como claramente dice su subtítulo: “un libelo contra la econocracia”. Y como libelo no le pidan soluciones, su naturaleza es francotiradora.
Otrosí. Antes de leerlo es obvia la disposición a calificar este escrito como un ataque directo y kamikaze a un sistema político-económico, sin embargo sería volver a errar en parte, pues es mucho más que eso: es una embestida a un sistema mental.
La tesis del texto es otra. Se trata de reconquistar un espacio perdido: la cordura. La economía ha dejado de ser un algo real para convertirse en cosa ideal, ha dejado de ser útil para convertirse en única, con todo lo que ello implica, como por ejemplo la incapacidad de concebir la otredad. Su lenguaje -el económico- se asegura de que no valoremos una posibilidad alternativa disfrazándose de ciencia: tasas, índices, plusvalías, balanzas o activos no pueden estar equivocados. Una tasa de confianza es una tasa de confianza. ¿O no?
Traten de mensurar la confianza que tienen en sus novias. Utilicen la imaginación. Si le sale superior a 145.09 puntos, entonces, sus astas son demasiado pequeñas para ser apercibidas. ¿Más tranquilos? ¿Están ahora más seguros de que ellas no se van a acostar con ese cubano bailongo que han conocido en la noche de “solo chicas”, entre mojito y mojito?
No me digan que no resulta un curioso contraste unir las palabras “tasa” y “confianza” en la misma frase.
Sigamos. Miren que grata noticia nos daban hace pocas semanas: “Bernanke augura el fin de la recesión para finales de este año“.
Supongo que saben que Benny Bernanke es el presidente de la Reserva Federal Americana (las mayúsculas no son mías) vía administración Obama. Tal vez desconozcan su impecable currículum, plagado de logros académicos. En fin, es un economista con todas las letras, no cabe duda. Pero ¡ay! él “augura”. Exactamente igual que si de un nigromante se tratase, Bernanke augura, no asegura, como hacen los que se dedican a esto otro.
Pero, ¿la economía no era también una ciencia? Quiero decir, ¿qué clase de ciencia es la que augura? Veamos: lanza una piedra hacia el horizonte y augura que no volverá a caer.
Fallaste
Es que la ciencia económica no es una ciencia exacta, dirán algunos. Reflexionen un poco sobre lo que acaban de decir señores, y se contestarán ustedes mismos.
La economía no existe es un libro tan sensato como carcajeante. Con una deliciosa costumbre popular casi extinta: el sentido común. En definitiva un libro enorme y revelador en el que, además, y citando al autor, “se entienden todas las palabras“.
El libelo de Antonio Baños Boncompain nos muestra con qué material se fabrican esos pequeños contrastes que hacen del mundo un lugar tan, ejem, contrastado.
La economía no existe es, desde ya, el ensayo del año.
“A largo plazo todos estaremos muertos”
John Maynard Keynes.