Las imágenes tienen olores. Las de Eduardo Arroyo huelen a sudor y lamparones, al tintineo de los zapatos de piel sobre el cemento y la verdad sobre la lona. Arroyo amaba el boxeo hasta la locura y lo sigue amando hoy, cuando el pugilismo huele a rancio y clandestino, ¿por qué?
si son sólo dos hombres sobre un cuadrilátero, con cuatro guantes y cinco normas. “Salvajismo para tarados” dicen quienes aborrecen el ¿deporte? del KO, ese que remonta al siglo XVI, ese que han colocado junto a la caza y los toros como símbolos de vergüenza. Bendito progreso.
Crochet, gaoneras y preguntas sin respuesta
Me preguntan a menudo cuál es el misterio que habita en el albero, cual la razón de seguir amando eseespectáculo triste y vergonzoso.
Es fácil. Nos recuerda qué es eso de vivir, porque fuera de la plaza -y del ring- la vida sólo nos regala emociones antisépticas, buenas intenciones, yogures biólogicos y talante descafeinado. La vida, nos dicen, es mejor envasada al vacío, congelada y fria tras el cristal del seguro médico y el gimnasio con pilates. En la plaza -en el ring- no hay cristales ni profilácticos. Sólo vida. Y nos recuerda que también somos carne, sangre, vísceras y sufrimiento. Nos recuerda que vivir duele. Que morimos como vivimos, y que demonios, sí, todavía merece la pena levantarse tras la caída.
Decía Hemingway que todas las vidas son la misma vida, que “sólo los detalles de cómo un hombre vivió y cómo murió lo distinguen del siguiente“.
¿Cómo no amar aquello que nos lo recuerda?
Cinco imágenes de cinco películas sobre cinco cuadriláteros
Cine y boxeo. Sin más. No se puede leer la historia del cine sin subrayar páginas y páginas de amor al boxeo y el cuadrilátero. El cine -el arte, redios- ama al perdedor. La pantalla adora el desgarro y el todo-por-el-todo. El all in sin medida ni red bajo el trapecio, “es mi última carta, nena” y el fulano arrastra las fichas sobre el tapeta y damos juntos un último trago, y joder, todos queremos que gane (aunque todos sabemos que no la hará). Pero soñamos -durante un segundo- un final feliz con chica guapa y perro en la puerta de casa.
El cuadrilátero es el perfecto refugio del loser. La toalla ensangrentada, la batalla perdida pero aquí estoy, de pie. No es como caes, sino cómo te levantas.
1. Toro Salvaje. “La” película de boxeo. Scorsese, De Niro y Schrader con el mojo al máximo. Y eso, no me jodan, es mucho mojo.
La escena: La Motta y Pesci dialogan apoyados sobre la mesa de mármol. Ostias, esto es CINE.
2. Marcado por el odio. New York bajo la lente de Joseph Ruttenberg y Paul Newman en los calzones de Rocky Graziano.
La escena: Paul Newman y Sal Mineo dándose estopa. La primera gran pelea de la historia del cine. Todo lo que vino después -salvo el Ali de Michael Mann- es una copia de esto.
3. Million Dollar Baby. ¿Qué decir de la mejor película del mejor director vivo? En ArterEgo besamos tu culo, Clint.
La escena: El hijo de puta de Frankie Dunn le regala un batín a Maggie Fitzgerald con una extraña sentencia en gaélico: Mo Cuishle . Y a todos se nos encoge el corazón. Mo Cuishle: “mi niña, mi sangre“.
4. Rocky. Que sí, que ya me sé lo de los tópicos y toda la basura que vino después. Pero no me jodan, hombre, que es Rocky Balboa.
La escena: El potro italiano entrenando, después de desayunar seis huevos sin batir, sale a correr entre la basura y la niebla, subiendo las escaleras que llevan al museo de Arte Moderno de Filadelfia. Mierda, todos somos Rocky.
5. Cinderella Man. Pasó relativamente desapercibido este peliculón de Ron Howard. Crowe y Giamatti están impecables -como siempre, vaya-, en parte porque Russell Crowe encarna como nadie -Brando no cuenta, claro, es Dios- la figura del hombre que se viste por los pies. Ese animal -tierno y salvaje- al que sólo le queda su palabra.
La escena: Braddok se arrastra -y manda a cagar a su orgullo- y tiene que pedir limosna ante los que juró que jamás se arrastraría. Si esto no te pone los pelos como escarpias es que no tienes jodida sangre en las venas.