Nouvelle Vague o los últimos románticos

“Me quieres de forma insana”, me dijo. Y yo, estúpido, pensaba que sólo había una forma de querer: la de verdad. Pero igual que no hay una sóla manera de vivir (quizás sí sólo una de hacerlo bien), tampoco el amar tiene imagen común para todos los casos. El tiempo me hizo ver que sí, que el romance de mordiscos y surcos que dejan las lágrimas no es el más adecuado. Y también que es mejor mirar a los maestros antes de lanzarse a sentir. La Nouvelle Vague cumplió en 2009 50 años de producción fílmica; Al final de la escapada celebra estos días el medio siglo. Un movimiento que dejó lecciones políticas, morales y sobre todo estéticas todavía vigentes… y que enseñó a los menos vividos nuevos discursos amorosos. El ‘aire de su tiempo’ pasando entre los labios y las piernas.

Vale que Godard contextualizó a sus personajes en la guerra de Argelia (Le petit soldat, 1951) o queHiroshima mon amour (Alain Resnais, 1963) tenga un poso histórico importante. Pero el fenómeno tiene sentido por entender la modernidad de otra forma. Quizás desde la pasión de sus directores por la escritura, principio de todo. Umbral decía que él no había leído demasiado en su vida. Ya. También Miguel Bosé se declaró fan de Vainica Doble. Ambos mentían; su producción nunca hubiero sido igual en ese caso. Leer cuenta.

Hay signos de las novelas de Laclos en estas nuevas historias de vidas nuevas, y hasta los estudiosos han conseguido desmentir que Godard improvisaba tanto como decía. Todo estaba (bien) escrito. Sobre todo la nueva realidad. La ciudad cambia y sus gentes también: casas para solteros, Gin Tonic por la mañana, periódico y café en soledad y camas para tres. Distinta lluvia, distinto amor. Los problemas sexuales de Jean Eustache en Le pere Noel a les yeus bleus (1966); el cortejo fácil en Les dragueurs de Jean-Pierre Mocky; el triángulo de desnudos bizarros de La belle noiseuse (Jacques Rivette, 1991).

¿Amor? No reflexioné mucho sobre eso. Me llega al espíritu la frase de Lacan: el amor es querer dar algo que no se tiene, a alguien que no lo quiere. En realidad la palabra amor no debería utilizarse. La palabra amistad es más fuerte”. (Jean-Luc Godard)

El primer contacto, la conversación determinante (con fines amorosos o puramente estéticos; qué bonita es la almohada con un cuerpo sobre ella) siempre como punto de partida. El de un Rohmer, recientemente desaparecido porque la edad no perdona ni a los modernos, que nos enseñó que la paciencia y la carne en bikini es material de primera. La historia de casi infancia en Pauline en la playa o esa reflexión sobre el futuro del romance que es La rodilla de Clara: dos personajes ‘juegan’ a descubrir como será el cuerpo adolescente cuando el tiempo haga estragos malos. Maravilla.

“Quiero volver a acostarme con usted”, le dice Belmondo a una Seberg maravillosamente bella. Y ella no se fía mientras él intenta por todos los medios que le regale una sonrisa más. Siempre ocurre. En una cena, puede que jamás llegues a escuchar lo que dice esa chica porque en tu cabeza sólo suena un ‘qué guapa está’ amplificado. Y todo estará bien. Regalar el orden de tus lunares y el secreto de tus cosquillas una y otra vez ya no es un problema porque, al final, cada romance es distinto. Las confidencias se pierden al multiplicarse, claro, pero siempre será mejor que n0 contarlas nunca. Que salga bien o mal, que dure o no dure, es secundario. Vivir es más importante.

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